Don Octavio es el más claro ejemplo del fotocinero. Aprende en el oficio a usar la cámara y también todos los secretos del laboratorio. Viaja desde Manizales a Pereira, luego a Bogotá, después un largo período en Medellín. Más tarde en distintas ciudades de la costa y ahora, en su vejez, vive con sus hermanas en el barrio las Palmas de Medellín.
Llegó a Medellín por primera vez en el 61 y casi de inmediato doña Inés lo enrola como fotógrafo en Fotolujo:
-Fue una época de mucho trabajo. Cuando dejé la cámara y me fui al laboratorio, entraba por la mañana al cuarto oscuro y prácticamente no salía hasta la tarde.
Su memoria es una suma de datos con fechas precisas, historias asombrosas de aventuras personales y muchos otros cuentos que aspiran al mito.
Tal vez el relato más asombroso sea el que ahora rememora con risa, aunque en su momento “le pegó como un mazo”.
-Yo estaba en el laboratorio haciendo ampliaciones como era habitual. De repente monto el negativo en la ampliadora y luego de enfocar me encuentro con la imagen de mi mujer con otro tipo agarrada de la mano. Ya nos habíamos separado, pero de todos modos “me dolió mucho” (foto 1034).
-Yo salí del laboratorio, me encontré con don Jorge, el dueño del negocio. Cuando me vio la cara de tragedia me preguntó. Yo le conté la historia. Después nos pasamos casi 3 días bebiendo guaro…
Otra de las historias que cuenta como un chiste, pero que es tal vez aún más dramática, relata el modo como se quedó ciego de un ojo:
-Yo estaba en el Carnaval de Barranquilla tomando fotos en la calle con una Kodak que hacía instantáneas. Ya eran como las 6 de la mañana, estaba cansado y apenas me quedaba una foto.
-Andaba ya de camino para la casa cuando me encontré a un grupo de gente rumbiando. Yo andaba de gafas oscuras porque justo en esos días me habían operado de cataratas y tenía que cuidarme.
-Los rumberos me pidieron una foto. Yo no quería y les pedí un montón de plata como pa’ que no me la pagaran. Pero dijeron que si.
-Entonces yo me agaché para cuadrar la cámara, me quité las gafas para poder ver bien y cuando tenía todo listo alcé la vista para ver a la gente. Justo en ese momento una muchacha me echó un puñao de harina en los ojos. Así me quedé ciego de un ojo. El otro lo perdí con los años y desde entonces no pude seguir de fotógrafo.
Ahora Don Octavio sólo sale a la calle cuando su sobrino Carlos lo saca de paseo. Se dedica a fabricar tamborcitos de juguete y a contar los cuentos de las épocas en las que vivía la vida con todo lo que traía.